Me pregunto si realmente hemos tomado conciencia del avance de la pobreza y de lo que esto significa incluso para aquellos que se creen libres de ella.
El estupendo artículo Pobreza infantil y educación, de Julio Rogero, Francisco Imbernón, Rodrigo J. García, Carmen Ferrero, Enrique J. Díez y Jaume Carbonell, publicado este septiembre en Cuadernos de Pedagogía, pone de manifiesto las cifras espectaculares y las características desoladoras en nuestro país, en el cual ya, por ejemplo:
- 11.479.400 personas se encuentran en situación precaria y de incertidumbre laboral.
- El 10% de la población posee el 55,6% de toda la riqueza del país, mientras el 50% de la población apenas posee el 9,7%.
- 4.779.500 personas se encuentran desempleadas y, de ellas, la mitad no reciben prestaciones sociales.
- el 34% de nuestros niños y niñas viven en riesgo de pobreza y exclusión social, y este riesgo aumenta en un 64,8% si los niños viven en familias con progenitores que no alcanzaron la educación secundaria, según los Datos de pobreza infantil y exclusión social en España aportados por Save the Children, .
Los autores del artículo apuntan cómo la exclusión y la pobreza tienen un eje económico en cuanto al empleo y el consumo; otro eje político-ciudadano en cuanto a derechos políticos (de educación, salud, vivienda…), y otro eje social-relacional donde se viven el conflicto y el aislamiento social.
No sé expresarlo mejor, pero ¿es que las mentes egoístas de los que, teniendo poder, no ponen freno a todo esto son, además, estúpidas? ¿A qué capitalista neoliberal furibundo le puede interesar una sociedad empobrecida cuyos ciudadanos cada vez tengan menor capacidad adquisitiva y, por tanto, menor acceso al consumo? ¿Que se extienda el malestar, la rabia, de rebote la conflictividad…?
¿A qué empresa le puede interesar que sus trabajadores no puedan vivir de sus salarios? Como cita Juan Torres López en su último post, Si ningún negocio quiere clientes que ganen 7,25 dólares la hora ¿por qué permitimos que haya esos salarios?
Tal vez maldad y estupidez sean las dos caras de la misma moneda.
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