Mañana voy a ir a la salida de la Maratón de Barcelona, a animar a la amiga Montse, que, como siempre, corre por JAL.

Me encanta el ambiente de las carreras populares, en especial el que se vive en los últimos cajones donde se agrupan los atletas que no corren para pulverizar récords mundiales, como Montse, como Pucu y como tantas otras personas.

¡Qué potente metáfora de la existencia es una maratón! ¡Y que maravilloso el texto que le dedicó la periodista Tatiana Sisquella, otra atleta de la vida!

Todos tenemos cerca atletas increíbles, que se atrevieron, como decía Tatiana, a abrocharse las zapatillas para demostrar que sí, que ellos podían. ¡Y pudieron!.

Todo lo contrario de los no-atletas tóxicos que ocultan la señalización para que te pierdas,  echan piedras en el itinerario para que tropieces, secan las fuentes para que te agotes o te ponen la zancadilla para que te caigas. De esos hay que huír como de la peste.

Los maratonianos de la vida son una generación de luchadores. Como Montse y como Pucu, pero también como Vicenç, que nos dejó hace unos años o como mi prima Isita, valiente y guapa por dentro y por fuera, que nos dejó hace una semana.

Personas como Jeromo, que tuvo que superar una injusta y cruel campaña de desprestigio profesional y personal, o como Eva, que tiene que batallar cada día para sacar adelante a sus hijos.

Atletas luchadores, maratonianos de la vida. Hay que acercarse a ellos para contagiarse de su fuerza, su motivación y su espíritu.

 

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