No estoy nada de acuerdo con quienes desterrarían la palabra ayudar del vocabulario pedagógico, argumentando que se trata de un concepto paternalista y segregador.
Lo de segregación va por considerar que aquel que ayuda se siente o se puede llegar a sentir superior a la persona ayudada.
Francamente, me parece la enésima e irritante intención de difundir un lenguaje tan políticamente correcto que al final no dice nada por miedo a ofender.
Ayudar es una estupenda palabra, de hecho, una de las primeras que se aprendenen la infancia. A Tito, que tiene cuatro años, le encanta que su padre le diga: Tito, ayúdame a poner la mesa. Tito toma los cubiertos y está contentísimo de ayudar a su padre. Y en otro momento, es Tito quien pide ayuda a su padre para abrocharse correctamente los zapatos.
En los proyectos de aprendizaje-servicio la ayuda no se difumina, sino que se distribuye… ¡que no es lo mismo!: los que dan el servicio ayudan a aquellos que lo reciben, pero al mismo tiempo son ayudados en la medida que disfrutan de una ocasión única de aprendizaje práctico.
Lo veo continuamente con mis estudiantes de la universidad. Como proyecto ApS, imparten talleres de expresión oral a alumnado de secundaria, y esos talleres son las prácticas del módulo de comunicación que previamente han cursado.
¿Quién ayuda a quién? Clarísimamente, la ayuda es recíproca, porque los talleres constituyen una magnífica oportunidad de fortalecer lo que han aprendido.
Sería un acto de soberbia infinita considerar que uno nunca debería ser ayudado. Todos necesitamos ayuda en uno u otro sentido, en uno u otro momento, con una u otra intensidad. Más que eliminar la palabra ayudar, lo que habría que hacer es generalizarla.
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