Puede ser que una tenga la suerte de no cruzarse nunca con una persona tóxica de ésas que alcanzan el grado de piscópata sin mucho esfuerzo.
Pero puede ser que no. Y, cuando eso ocurre, cuando un Alien de éstas características consigue entrar en la nave que es tu vida, no sirven de mucho la generosidad, la diplomacia, la capacidad de convencer, ni los buenos sentimientos.
Desgraciadamente, nada de eso funciona. Pero lo peor es que tampoco funciona luchar contra él, sencillamente porque es más fuerte que tú. La ausencia de empatía es lo que tiene: confiere una dureza extraordinaria. No luches contra el Alien, porque te vas a agotar.
Y tampoco puedes eliminarlo. O bien te lo impide tu ética o tu religión, o bien no sabes cómo hacerlo… o bien sospechas que la policía lo acabaría descubriendo. No, no puedes eliminarlo, por desesperada que estés.
Sólo te queda la argucia de Sigourney Weaver en la legendaria película del 79. ¿Te acuerdas cómo se deshizo del Alien? Cuando comprendió que nada lo hería y que no podría eliminarle, ¡consiguió huir de él, expulsándole al vacío, poniendo años luz en medio! Y se quedó con el gato, miau.
Hay que huir de los Aliens como de la peste. Puede parecer poco épico y poco heroico, pero la verdad sólo eso funciona. Plantéatelo como una estrategia de supervivencia.
Aunque, sinceramente, yo me permitiría, durante un minuto -¡sólo uno!- saborear esta fantasía:
Voy por un oscuro callejón, paso decidido, mirada al frente. Me encuentro con dos tipos altos como armarios con clarísima pinta de mafiosos. Les entrego una foto del Alien. Que parezca un accidente, ordeno con voz fría. Sí, jefa, responden… y se van a cumplir su cometido.
Ya sé que es un mal pensamiento. Pero Dios ya sabrá cómo perdonarme.
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