El impostor.jpgDebería rechazar de pleno a personas como el pequeño Nicolás, pero confieso que algo hay en ellos que me atrae… ¡y no debería!.

Lo mismo me ocurre con Enric Marco. A diferencia del pequeño Nicolás, a Marco llegué a conocerle y tratarme un poco con él, en tanto que veterano dirigente de la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Cataluña.

Alguna vez nos habíamos encontrado en el metro. Hola, Enric, ¿dónde vas? – Ya sabes, a dar otra charla en un instituto sobre el holocausto… Yo le admiraba por su tremenda vitalidad y espíritu de lucha contra los crímenes del nazismo.

Creo que me puede la fascinación de haber sabido tejer una historia y un personaje, y hacer ambos creíbles. Se necesita una gran habilidad, un gran olfato, una capacidad de empatía fuera de lo normal.

A veces siento que “no debería” o que “me gustaría que no me gustase” algo o alguien y, aunque me revienta, no consigo del todo generar en mi interior la aversión que sería mínimamente coherente.

A ver… ¿por qué demonios me gusta Arnold Schwarzeneger? ¡No debería gustarme! Ni siquiera es buen actor, es un republicano conservador que nada tiene que ver conmigo, engañó a su mujer, la antítesis de todo lo que… bla, bla.

Y, sin embargo, no puedo olvidar su personaje en Mentiras arriesgadas, atravesando la calle, cabizbajo y abatido, al sospechar que su mujer podía estar engañándole.

En aquella película, Schwarzenegger a ratos parodiaba y a ratos traicionaba su propio personaje. Esto me encantaba, pero… ¿hay para tanto?

Voy a leer El impostor, el libro de Javier Cercas acerca de Enric Marco, no sólo para conocer la historia del protagonista, sino para entender las claves de la fascinación por las mentiras arriesgadas.

 

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