Recibieron una educación, en diversos aspectos, mucho mejor que la nuestra. Fueron a colegios mixtos, tuvieron maestras y maestros excelentes.
Sus trabajos escolares fueron siempre mejores que los nuestros, sus libros de cuentos eran más bonitos, las películas infantiles que vieron, más variadas y estimulantes.
Su mundo fue, desde el principio, más abierto y cosmopolita que aquel que nosotras habitábamos. Crecieron en familias dialogantes y cariñosas. Alimentamos decididamente -o eso creímos- su autoestima, su independencia, incluso su conciencia feminista.
Sus resultados académicos siempre fueron más brillantes que los de los chicos. Crecieron con más alas que cadenas. Promocionaron a trabajos y carreras antes reservados a los hombres.
Pensábamos que el el siglo XXI surgirían más Katherines Hepburns que Marylins Monroe. Las chicas habrían vencido el miedo a volar, a ser ellas mismas, a no depender de la protectora sombra del patriarcado.
Y, de repente, vemos que algo no funciona como estaba previsto…
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Acaba de publicarlo la revista Monitor-Educador núm. 162, donde encontrarás un montón de artículos interesantes.
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