No hace mucho, en una reunión informal con pocas personas, un ex-mandatario afirmó rotundamente que en mi país sobraban dos millones de personas.
La frase quedó retumbando unos segundos: dos millones, llones, ones, nes… Silencio tenso, expectante.
Acto seguido, lo justificó diciendo que el país no tenía capacidad para soportar tanta gente. Algunos (bueno, bastantes) tenían que largarse.
Nadie pregunto a quiénes en concreto se refería, aunque el contexto de la conversación apuntaba a a los inmigrantes.
Otra persona del grupo tomó la palabra educadamente para rebatirle la argumentación y, por respeto a la avanzada edad del orador, la discusión no generó más situaciones incómodas.
Sin embargo, lo de los dos millones de gente sobrando a mí si que me generó una imagen que me acompañó unos cuantos días.
Me imaginaba una flota de autocares amarillos, como el del cole de Bart Simpson, pero blindados como el de aquella película de Clint Eastwood de la cual no recuerdo el nombre.
Autocares 100% seguros, indestructibles, deportando sin parar personas indeseables y limpiando el país de algunas maldades. Y, sí, la verdad es que yo les ponía nombre y apellidos a más de uno:
Los estafadores, los defraudadores, los que evaden impuestos, los que roban o se enriquecen a costa de los demás.
Los violentos y machistas que desprecian a las mujeres, las acosan, las humillan y les roban la salud física y mental.
Los xenófobos y los fanáticos fundamentalistas…
Uf, la lista es larga. Tal vez dos millones sería insuficiente. Mira por dónde el ex-mandatario tenía razón.
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