El viernes acompañé a 16 estudiantes de Dirección y Administración de Empresas a Bellvitge, mi barrio querido.
Desde que fui a vivir a Barcelona, hace ya diez años, cada vez que regreso siento una emoción especial al salir de la boca del metro y encontrarme con el que fue el paisaje del tramo más largo de mi vida.
Cuando lo dejé era un barrio tranquilo y cómodo para vivir, con comercios, equipamientos, vida asociativa… y el paraíso de los patines y bicicletas, por la cantidad de espacio llano peatonal.
Aunque la crisis nos ha golpeado duramente a todos y ha aumentado la segregación entre barrios, parece que Bellvitge aguanta con cierta estabilidad. Las razones de esta resiliencia son múltiples, pero no es menor la solidez del tejido asociativo, que establece vínculos de solidaridad y de confianza entre el vecindario.
Los 16 estudiantes y yo fuimos a impartir talleres de comunicación en público a los chicos y chicas de 2º de Bachillerato del Instituto Bellvitge. La experiencia fue impactante por la calidad y vitalidad de las personas, alumnado y profesorado, con que nos encontramos.
El Instituto Bellvitge se ha convertido en el sueño de todos los que, en los lejanos años 70 luchábamos por tener equipamientos educativos de calidad en un barrio diseñado originariamente como dormitorio y repositorio de la mano de obra de la gran ciudad.
Pronto se va a celebrar el 50 aniversario del barrio y creo que sería el momento de reconocer también la labor del profesorado que, como Montse, Ricard y Carme, desde este centro educativo y desde todos los demás creen en el potencial de los niños, niñas y jóvenes. ¡Esto también explica el capital social de Bellvitge!.
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