Vuelvo de escalar en Montserrat este domingo soleado y luminoso de febrero, ¡un regalo para los sentidos!.
Hemos hecho la “Vía Apia” una escalada no muy dificil que lleva a la cima de la Magdalena Inferior, en la zona central del macizo de Montserrat.
La había intentado en otra ocasión, pero me quedé bloqueada en el paso clave del primer largo de la vía, y después de varios intentos, lo dejé correr. Me quedó como asignatura pendiente y hoy quería aprobarla.
Esta mañana lo he conseguido, pero confieso que con trampas: por lo menos he hecho tres “A0” (a-cero), algo que en teoría “no se debe hacer”. Eso quiere decir que en tres ocasiones me he agarrado vilmente a la cinta del anclaje, para poder superar el paso, en lugar de jugar noblemente con la roca.
Después de probarlo una y otra vez, y de confirmar que a) no me llegan los brazos o b) no tengo técnica suficiente, me he dicho a mí misma ¡al cuerno! -en realidad otra frase más rotunda- y he aprovechado las benditas bagas para impulsarme hacia arriba.
Puedo consolarme pensando que tres trampitas tampoco son tantas, o que bueno, alguna ventaja hay que darles a las personas bajitas… pero en el fondo-refondo de mi alma sé que son excusas de mal pagador. ¡Lynn Hill es más bajita que yo y hace maravillas!.
La montaña siempre te pone por delante dilemas de la vida: ¿hasta dónde es justo y razonable compensar una inferioridad de condiciones? O, para ir más lejos todavía… ¿dónde está el límite de lo que es y no es una inferioridad de condiciones?
¡Filosofía montañera! Sin embargo – y lo diré bajito-… ¡el gusto ya no me lo quita nadie!
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