Dos hombres y medioCuando tenía 25 años (más o menos en el Triásico) Frederic y yo fuimos al Monte Perdido desde el valle de Pineta.

Por supuesto, había muchísima más nieve que en la actualidad. ¡Era un auténtico glaciar!.

Se trataba de una ascensión bastante seria, con hielo, nieve, rimayas, seracs y toda la liturgia paisajística de alta montaña.

Armados con crampones y piolet, llegamos al borde de la gran rimaya, esa brecha que separa el hielo de la roca. Era el paso clave y había que concentrarse.

Unos metros atrás venía una cordada de tres aguerridos montañeros. Al llegar a nuestro lado nos miraron con condescendencia y uno de ellos le lanzó a Frederic: ¿Ya podrá la pequeña? Obviamente era yo, bastante más bajita y con las piernas más cortas que ellos.

Les miré con odio y no les dije nada. Pero la venganza es un plato que se toma muy frío (¡y más en un glaciar!): Nosotros pasamos -“la pequeña pudo”- y ellos tuvieron que dar media vuelta, derrotados en el intento. Todavía me estoy relamiendo de gusto…

En aquella época los chulopiscinas me sacaban de quicio y la anécdota me sulfuraba cada vez que la recordaba. Con el tiempo se me ha curado esa sensibilidad – ¡el sulfuro no dura eternamente!- y actualmente los chulopiscinas me divierten… ¡incluso me enternecen!.

No hace mucho compartí una reunión de trabajo con tres personas, dos varones y una mujer. Cuando llevábamos discutiendo casi media hora, uno de los varones, le preguntó al otro, sin siquiera mirarnos, como quien no quiere la cosa… Estas chicas ¿qué hacen exactamente? Ja, ja, ja... ¡lo encuentro genial!

La anécdota más reciente me la ha proporcionado una amiga. Recibió un mensaje de felicitación de año nuevo por parte de un amigo del que estaba alejada hacía bastante tiempo. Le respondió con cortesía. Hasta aquí todo normal.

Pero al poco recibió un segundo mensaje del individuo en cuestión: ¡Ya sabía yo que te alegraría que te felicitara por el nuevo año!

Ya no me enfadan estas cosas. Los que tienen que demostrar no se qué a no se quién, los que se pavonean, los que se creen admirables y admirados… son como críos. Una mezcla de Míster Bean y Charlie Harper, el personaje de Charlie Sheen en Dos hombres y medio. ¿Cómo no nos vamos a reís con ellos?

 

 

 

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