Larga tanda de chistes ayer, en la cena de las seis personas que componemos el equipo docente de la asignatura Entrenamiento al Liderazgo Social.
Si no fuera porque tiene un riesgo demasiado elevado de derivar en procacidades, utilizaría mucho más el chiste como práctica en las clases de comunicación en público, por la cantidad de habilidades que activa.
Y hablando de habilidades, en el transcurso de la cena no tardamos en meternos en una discusión más seria, planteada por Queralt, la “investigadora” del equipo: ¿cómo demonios se miden las competencias?
El rigor y responsabilidad en el trabajo académico nos exige poder evaluar las competencias desarrolladas por los estudiantes. Pero ¿es posible “medirlas” todas?
O, por lo menos ¿es posible medirlas todas de la misma manera que medimos los resultados en un examen de matemáticas, o de lengua, por ejemplo?
Me temo que no siempre se puede medir en términos cuantitativos (cuántos errores y aciertos, etc.) todo lo que se tiene que evaluar. Y eso nos provoca desazón, porque todo lo que no es cuantitativo o de “blanco o negro” nos parece subjetivo y poco profesional.
Bien, pero, si la empatía, por poner un ejemplo, es una capacidad que debe mejorarse en el proceso de formación… ¿cómo la mides? Por reducción al absurdo, en términos cuantitativos:
¿Por la cantidad de sonrisas por hora? ¿Por la cantidad de veces que la persona dice determinadas frases clasificadas previamente como empatizadoras? ¿Por la cantidad de amigos y grupos de amigos que tiene en facebook? ¿Por el tiempo que aguanta sin distraerse una larguísima confesión de un amigo…?
“¡El sueño de la razón produce monstruos!” Por eso hay que despertar de vez en cuando con unos cuantos buenos chistes.Te dejo uno.
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