Interesante y difícil dilema el que se está planteando en Ciutat Meridiana, un barrio modesto en la periferia norte de Barcelona.
El ayuntamiento quiere crear allí un FabLab, un centro de innovación tecnológica para la creación digital.
Esta iniciativa obedece a la voluntad de repartir el fomento del emprendimiento y de la innovación por todos los barrios de la ciudad.
Sin embargo, la asociación de vecinos no está de acuerdo. Considera que lo primero es atender las necesidades básicas del vecindario, agravadas por la crisis y el desempleo: alimentos, pago de alquileres y suministros, ingresos mínimos de supervivencia…
La iniciativa municipal se justifica por lo que puede llegar a beneficiar a las personas a largo plazo: movilización de la economía, creación de trabajos de calidad, superación de los guetos…
Y las aspiraciones de los vecinos se apoyan en la la crudeza del día a día, y en la constatación desencantada pero realista de que no es posible que todos sean emprendedores.
Creo que es demasiado fácil y además injusto acusar a los vecinos de buscar el pan para hoy y el hambre para mañana. Pero, por otro lado, estoy convencida de que provocar cambios en el sistema productivo a largo plazo es necesario.
Me da la impresión que el punto de encuentro puede estar en la formación. Los vecinos siempre quisieron un centro de formación profesional en el barrio.
Mientras organizamos el banco de alimentos ¿no podríamos maridar el Fablab con la formación profesional?
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