Últimamente me encuentro con jóvenes brillantes, creativos y entusiasmados con la idea de emprender proyectos sociales de todo tipo.
Una de las muchas cosas que aprecio en ellos es su flexibilidad mental, su ausencia -por lo menos aparente- de dogmatismos.
Es de agradecer, porque los que en algún momento fuimos cerrados, iluminados o mesiánicos pagamos un alto precio por ello y de paso amargamos la vida a los demás.
Sin embargo, lo que sí me preocupa entre esta generación de emprendedores entusiastas son dos rechazos que manifiestan:
Uno es a tener que picar piedra. Dicho menos metafóricamente, a tener que llevar a cabo tareas monótonas, aburridas o simplemente odiosas.
El problema que eso va “en el paquete” de cualquier proyecto, porque es imposible que todas las tareas sean creativas, divertidas y livianas. ¡Incluso en el mágico momento de la creación hay obligaciones y compromisos bastante fastidiosos de cumplir!
Pero bueno, vamos a considerar que se acepta más o menos que es necesario picar piedra. Pues bien, el otro rechazo es a que eso dure mucho rato. O, lo que es lo mismo, a que los resultados bonitos y brillantes del proyecto tarden en florecer.
Segundo problema: ¡esto es lo habitual! No puedes sembrar y esperar que la semilla brote al día siguiente… ¡El éxito siempre llega exasperadamente tarde para lo que nos apetecería!
Me temo que la paciencia y el sacrificio son imprescindibles para consolidar cualquier proyecto. Sin estos ingredientes, puede que sobre tanto entusiasmo como frivolidad, porque se acaba saltando de un emprendimiento a otro.
Parece un cóctel difícil esto de la creatividad y la paciencia, el entusiasmo y el sacrificio. Pero muchos lo tienen bastante claro, como los impulsores de la Fundación Hazloposible.
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