Amadeu, Carlos y Marta me han mostrado esta mañana su pequeña ciudad. Les corresponde hacerlo, tienen once años, son los responsables de protocolo y se encargan de las visitas. Me han paseado por toda la escuela, la Escola Garbí Pere Vergés de Esplugues de Llobregat.
Probablemente, es la escuela en la cual yo hubiera sido feliz de pequeña. Un pequeño mundo, una ciudad ideal, donde los niños y niñas actúan como ciudadanos, asumen responsabilidades, se evalúan y también evalúan al profesorado. Se entrenen para la vida democrática y la reproducen el la escuela.
He estado almorzando y conversando con miembros del equipo docente, invitada por su director, Jordi Carmona, en un luminoso comedor muy parecido a una plaza pública. El comedor ocupa un lugar central en la pedagogía de esta escuela, inspirada en la figura de Pere Vergès.
Para este pedagogo, una intensa y bien articulada vida social era la mejor manera de concretar la ética en la escuela. Por ese motivo, los chicos y chicas se integran en ella con cargos y responsabilidades concretas de las que deben dar cuenta al conjunto de la comunidad escolar. Éste es el principal proyecto de aprendizaje-servicio del centro.
Podría ser un delicioso mundo-invernadero, una confortable pecera cerrada y ensimismada, encantada de haberse conocido… Pero no. Sinceramente, lo que más me ha gustado es la mente abierta al intercambio con el entorno por parte del profesorado.
Cuando los profesores superan la tentación de cerrarse, todas las utopías escolares, como ésta, son posibles.
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