Estuve dos días en Jerez de la Frontera, predicando aprendizaje-servicio.
Creo que es la primera vez que me he dirigido a un público con una proporción tan elevada de alumnos de ciclos formativos de grado superior. También había profesores, claro está, pero la mayoría eran chicos y chicas entre los 18 y los 25 años, estudiantes de integración social un día y de educación infantil el otro.
Me ha encantado la frescura y la ilusión de toda esta gente joven. Cuando Antonio Sánchez me propuso esta intervención en Jerez, sabía que encontraría una dosis extra de vitaminas para el espíritu.
Además, no sólo me llevo un grato recuerdo de los jóvenes mayores de edad, futuros educadores, sino también de los adolescentes del Instituto Asta Regia, donde tuvo lugar la primera de las sesiones. Este instituto está ubicado en el Chicle, un barrio popular de Jerez.
Antonio, mi anfitrión, trabaja de orientador escolar en el instituto. Había estado de baja por una operación, y cuando entramos en el instituto hacía más de una semana que sus alumnos no le veían. Se acercaron a saludarle, contentos de volver a verle, sonrientes y cariñosos.
Te llevo en mi corazón, profe – le decía una chica de unos trece o catorce años, mientras se golpeaba dos veces el pecho y le lanzaba dos dedos. ¿Cuánto falta para que vuelvas? ¿Vas a tardar mucho? – preguntaban todos – ¡Te estamos echando de menos!
Cuando los chicos y chicas llevan a su profe en el corazón, ya están aplicando la mitad del bálsamo que necesita la áspera adolescencia. Y si el instituto, como era el caso, huele a pan recién hecho por los alumnos del ciclo de Panadería, doble dosis de energía positiva para todos.
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