Ayer estuve en un debate de la Televisión de Mataró que, a modo de acto de clausura audiovisual, reportaba las estupendas prácticas de aprendizaje-servicio que impulsa el ayuntamiento, provocando y alimentando la complicidad entre escuelas, institutos y entidades sociales.
En la cena que precedió al debate, surgió de manera espontánea una conversación acerca del riesgo de adicción del móbil y de internet por parte no sólo de niños y jóvenes, sino también de toda la población adulta. Hace poco leí un artículo muy interesante de Cristina Sánchez Miret sobre la frenética inmediatez de nuestros hijos, derivada de la facilidad actual con que es posible obtener cualquier estímulo, placer o información al instante.
Curiosamente, aparte de impacientes, corremos también el riesgo de convertirnos en demasiado sedentarios, absortos como estamos por cualquier tipo de pantalla. ¡Y que conste que soy una entusiasta de las TIC y no sabría vivir sin ellas!
Pero, ¿qué quieres que te diga? No puedo evitar sentir nostalgia frente a fotos como ésta que he colocado en la entrada: mi hija y mis dos sobrinos, hace un montón de tiempo, después de haber pescado unos cuantos renacuajos en una charca.
O sea, después de haber ejercitado mucha paciencia y de haber recorrido doscientas veces el perímetro de la charca. ¡Un buen ejercicio contra la impaciencia y el sedentarismo!. ¿Qué mejor antídoto contra la fascinación por la realidad virtual que una buena dosis de realidad virtuosa de vez en cuando?
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