El viernes fuimos a ver La bicicleta verde y todavía la estoy saboreando.
Es una mezcla agridulce de película que te pone de mala leche, por la continua demostración de la discriminación de las mujeres, y al mismo tiempo te transmite buenas vibraciones, por la fresca rebeldía de la niña protagonista.
Me gusta la sencillez narrativa, que encaja con un simbolismo también muy directo: las bambas bajo el hábito, el árbol genealógico al que le faltan nombres, las estrellitas clandestinas pintadas con rotulador en los tobillos… Y, por supuesto la bicicleta verde, evidente símbolo de libertad.
También me gusta que no sea un producto maniqueo, de hombres malísimos explotando y sometiendo mujeres buenísimas. Aunque retrata descarnadamente la estupidez de la desigualdad de género, expresa una sensible diferencia entre los roles y las personas que los representan.
He leído buenas críticas de esta película, y también alguna no tan positiva, en plan “esta película no es lo suficientemente dura”. Entendiendo y respetando este tipo de argumentos, me da un poco de rabia la música de enteradillo que siempre encuentra un “pero” en cualquier lado.
Y ya no hablo de críticas cinematográficas, sino de cualquier actuación en general. Estoy harta de la tendencia que tenemos a machacar, aunque sea sólo un poquito, bajo la coartada de “qué inteligentes y críticos somos”.
Te recomiendo esta película agridulce y alejada de sofisticación. En una palabra, auténtica.
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