Rojas Marcos siempre dice que hay dos cosas que nota cuando llega a España procedente de Estados Unidos, sólo al aterrizar en el aeropuerto: el olor de café-café y lo mucho que hablan las mujeres.

A riesgo de fomentar el tópico sobre los latinos, creo que puede tener razón: el café que beben en Estados Unidos es bastante malo y hay que reconocer que aquí todo el mundo habla por los codos, pero las mujeres más aún.

Me interesa este tema, porque creo que las conversaciones entre mujeres frecuentemente son el envoltorio de algo un poco más profundo, ya que suelen estar impregnadas de grandes dosis de amor fraternal y de cuidado mutuo.

Estas relaciones a veces se consolidan de manera informal, como entornos de pertenencia donde una se siente emocionalmente vinculada y acompañada por el grupo de iguales.

Son espacios no impuestos, sino tal vez feliz y azarosamente encontrados en el camino, aunque tienen el riesgo de pasar desapercibidos o al menos, de ser desaprovechados.

Espacios de apoyo cuando alguna cae enferma e ingresa en el hospital, cuando los hijos nos dan problemas, cuando se sufre una pérdida personal…

Si bien este apoyo también lo brinda la familia, estas redes informales de fraternidad y de cuidado entre amigas nos abrigan y protegen todavía más frente a las inclemencias de la vida.

Son relaciones sanadoras y cumplen a la perfección ese milagro de la estima: cuanto más damos, más tenemos.

Tengo un buen ejemplo de ello, si te apetece leerlo, aquí está: Xarxes informals d’amistat i de cura.

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