Ayer subimos el coloir Vermicelle. Podría decir “corredor” o “canal estrecha y vertical”, pero hay unas pocas cosas que sólo se pueden decir en francés – como “voilà!”-, y en la montaña, el Vermicelle es un “coloir”.

Son 1200 metros de desnivel en el circo de Cambre d’Ase (Pirineo franco-catalán) y, para ser sincera, no las tenía todas. Pensaba que sería mucho más difícil, no sé, tal vez demasiado hielo, o demasiada poca nieve, o cualquier otra fantasía…

No fue así. Fue un día espléndido, de sol, de aire transparente, de cantos de los primeros pájaros que, como nosotros, ya tenían ganas de primavera.  Excepto cuerda, que no hizo falta, usamos de todo: raquetas, crampones, piolet y bastones.

Sin embargo, cuando estás en la montaña el instrumento más útil es la cabeza. La que te guía y te dice: calma, no hay secretos: un pie delante del otro, siempre alerta, siempre vigilante, sin bajar la guardia, disfrutando cada segundo… ¡y arriba!

Subir a una cima es siempre una metáfora de la vida: voluntad, constancia, confianza en que va a ser posible. Y ¿qué hubiera pasado si no lo hubiéramos conseguido? Probablemente diez minutos de frustración, una hora de gratitud al Vermicelle por permitirnos acercarnos a él y el resto del día nuevas ilusiones: tal vez repetir el intento, tal vez cambiar de objetivo.

En cualquier caso, no es muy diferente que cuando juegas a póker: es estupendo ganar, ¡pero perder ya es de por sí bastante divertido!

Estoy tan contenta que comeré Vermicelle durante un mes, por lo menos… ¡por lo cual ya empiezo a disculparme ahora!. Puedo ser un agobio…

 

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