Tras la violación de una joven por parte de cinco hombres en los Sanfermines, las dos únicas buenas noticias son la detención de los criminales y la manifestación de rechazo por parte de decenas de miles de ciudadanos en Pamplona.

Lo del rechazo popular no es baladí. La mentalidad bien extendida de que fiesta es igual a alcohol y que en fiestas todo vale se acaba concretando en una anestesia del sentido de la ética y la humanidad. Es reconfortante que la gente se revuelva contra esto.

Estoy hasta las narices de tanta justificación cultural de la barbarie. Las tradiciones no están por encima del bien y del mal. Al contrario, muchas veces son las cadenas invisibles que nos atan a un estado salvaje.

Nos falta valentía para romper con la identificación de la fiesta con la juerga desfasada. La pérdida del autocontrol tanto en grupos pequeños como en grandes masas de gente siempre juega en contra de las mujeres. Lo mires como lo  mires.

Por eso no me gusta nada “reivindicar” el descontrol como si eso nos liberara de algo. El descontrol es enemigo del respeto y la consideración que nos merecemos todas las personas, hombres y mujeres, niños y niñas.

El descontrol nos deja más vulnerables frente a la mala gente. Y hay por todas partes. Otro tabú a romper: aunque las malas personas son infinitamente menos que las buenas personas, hay que educar a los niños y niñas en la conciencia de que la mala gente existe. Tienen que aprender, especialmente las niñas,  a ser prudentes y astutas para no caer en sus redes.

Tal vez nuestra ciudad no es particularmente peligrosa,  pero en absoluto es Disneylandia.

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