Primero tengo que ganar mucho dinero y situarme bien y si acaso luego podré ser solidario. Hace dos años, uno de mis alumnos universitarios concluía de esta manera su valoración de la experiencia de aprendizaje-servicio que había vivido.

Era un estudiante listo, divertido, rápido de reflejos y muy sincero. Se planteaba como una cuestión de tiempo, de proceso evolutivo, el “permitirse” ser solidario. Ahora mismo no me toca, lo primero es lo primero, ésta era su perspectiva. Aparcar la solidaridad, porque ya tendría tiempo para ella más adelante.

Algo parecido escuché una vez de un  profesional, en este caso ya veterano y bien situado en el sector empresarial. Decía que nadie debía meterse en cómo se ganaba la vida si luego era generoso con su dinero e invertía buena parte en fines sociales.

Prácticamente justificaba cualquier modo de ganar dinero; por oscuro que fuera, si  iba asociado a combatir la pobreza. Dicho de otra manera, que no se entere la mano izquierda de lo que hace la derecha. Aquí ya no era una cuestión de aparcar, sino de apartar la solidaridad a un lado, en un espacio independiente, donde no pudiera cuestionar demasiado..

He recordado ambas conversaciones al hilo de la entrevista interesantísima a Howard Gardner el pasado 11 de abril en La Vanguardia: Una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional.

Aparcar la solidaridad para cuando uno llegue a profesional y entonces apartarla para que no moleste mientras nos ensuciamos las manos ganando dinero de manera poco ética puede darnos sensación de control en la vida, de sentido común, pero, como dice Gardner:

No alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia . Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.

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