¡Qué fina y sutil es la línea que separa la pasión de la obsesión, el amor propio de la soberbia, la firme convicción del fundamentalismo!

¿Será que a veces necesitamos agarrarnos a una idea fija y rígida porque lo flexible nos marea, nos provoca vértigo o inseguridad?.

Necesitamos vivir con pasión, pero un exceso de pasión nos consume y nos aísla de los demás. Y se convierte en algo parecido a una droga.

En Montserrat hay grupos de escaladores puristas que desequipan vías de escalada. Quieren un santuario de la escalada sólo para deportistas de altísimo nivel. Pura pasión peligrosa, en este caso, porque ponen en riesgo la vida de otras personas.

En el mundo pasional de las carreras te encuentras con atletas que sostienen que si completas una maratón habiendo caminado algún tramo, no has hecho una maratón. ¿Qué habrás hecho, entonces?

Conocí una vez un señor que defendía que si el pan con tomate no estaba untado por las dos caras no era pan con tomate. Y no hablaba en broma.

En el mundo de la educación, desgraciadamente, también hay fundamentalismos. Colectivos de educadores encantados de haberse conocido y de ser las tortugas ninja de las ortodoxias pedagógicas (las suyas).

Han descubierto una herramienta, un enfoque, una corriente de pensamiento o una metodología. Se apasionan. Hasta aquí, todo bien, muy bien. Pero llega un momento en que se les va la olla y no admiten ninguna flexibilidad ni adaptación al contexto.

O estás con ellos o estás contra ellos. ¡Uf, qué pereza!

 

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