Durante estas dos semanas estoy teniendo las tutorías individualizadas con mis estudiantes. ¡Siempre me iluminan rincones en los que pensar!

Una de las últimas reflexiones me la sirvió un estudiante de perfil perfeccionista. Se trata de un joven muy responsable y muy pasional, que dificilmente se siente satisfecho de los resultados que consigue.

Su tensión hacia la excelencia es sin duda positiva, pero frecuentemente le genera una angustia y frustración que tal vez no acaba de compensar.

Y esto le ocurre también cuando trabaja en equipo, porque su preocupación para que las cosas salgan bien le empuja a asumir el máximo de funciones para así controlar mejor el resultado.

En este punto le aporté dos ideas diferentes:

La primera es sobre el mismo concepto de excelencia. ¿Se puede considerar un resultado excelente el que se consigue a costa de que sólo un miembro del equipo cargue con todo el trabajo? Mmmm…¡va a ser que no!

La segunda es sobre el equilibrio entre satisfacción personal y excelencia. Es, sin duda, un equilibrio artístico, porque en definitiva se trata de poner el máximo de empeño en que la tarea salga estupendamente bien, al tiempo que se destierra todo sentimiento de estéril culpabilidad si las cosas no salen como está previsto.

En realidad, cuando uno se compromete a fondo en hacer las cosas bien debería comprometerse consigo mismo en disfrutar de la travesía pase lo que pase, aceptando si, a pesar de todo, no alcanza el puerto soñado.

¿No es, en definitiva, el tema del Viaje a Itaca?

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