Edurne Pasabán lo consiguió. Coronó el Shisha Pangma el pasado 17 de mayo, que con sus 8.027 metros es la menor de sus hermanitas, las 14 enanitas ochomileras.

Vale la pena abrir la web de Edurne y pasearse por el friso de las cumbres que ha ido ascendiendo año tras año. Edurne tenía un objetivo, se trazó un plan, se concentró en él y se puso por la labor.

Parece un camino frecuente a tomar en lo personal, lo laboral, lo educativo… y sin embargo resulta complicado de resolver, tal como revela la preocupación social acerca de lo poco acostumbrados que estan nuestros jóvenes al esfuerzo y el sacrificio.

Hace quince o más años pensaba que el enemigo principal del esfuerzo y del sacrificio era sencillamente la pereza, la adicción a la comodidad o llámalo como quieras. Hoy creo que la pereza tiene un fantástico y potente aliado, que es la dispersión.

Para esforzarse hay que concentrarse, y para concentrarse hay que evitar la fragmentación permanente de la atención. Digo permanente, porque la esporádica es inevitable, claro. Incluso sería un peligro excluirla.

Pero hoy nuestro entorno es cada vez más rico en estímulos dispares y nuestra capacidad para despejar el horizonte y centrarnos en un objetivo es limitada (por lo menos la de la mayoría de las personas). Por eso muchos retos se nos antojan montañas tan inasequibles como las de Edurne.

Cada día estoy más convencida del valor educativo que tiene salir de excursión. La práctica del montañismo ayuda a interiorizar una sencilla ecuación: esfuerzo + concentración + sacrificio = felicidad de alcanzar un objetivo.

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